Show Notes
2º Reyes 5:1-14, Mateo 8:2-4, Lucas
5:12-13, Proverbios 3:9, Isaías
29:13, 2º Crónicas
26:16-19.
La marca más denigrante que una persona podía padecer era la enfermedad de la lepra, tanto que en el Antiguo Testamento el Señor instruyó a Moisés que escribiera una “ley acerca de la lepra” hasta tal extremo que si se detectaba que alguien estaba leproso se le declararía inmundo y era apartado de los demás, hoy la lepra ha sido desterrada del ser humano, pero el mundo entero está inundada de lepra espiritual y del alma.
La lepra espiritual se está convirtiendo en una verdadera epidemia no física sino espiritual, hombres y mujeres con el alma destrozada tratan de avanzar en la vida, han perdido la sensibilidad del alma y viven haciéndose daño en el corazón y han contagiado sus vidas, sus hogares y sus descendientes.
Los seres humanos temen encontrarse a la luz del día con otras personas, por el miedo a que se hagan visibles sus muñones emocionales carcomidos y sus heridas que supuran dolor y amargura. Desean con toda el alma el poder ser valorados, amados, restaurados y restituidos, pero al estar todos iguales “nadie puede hacer nada por nadie”, muchos tienen tanto miedo que no avanzan hacia el propósito que Dios ha planeado para ellos.
La lepra es una barrera que separa al hombre de Dios. El principal problema de la lepra es que aísla a la persona de Dios, de la familia y de la sociedad.
Una de las características de la lepra es que contamina y daña su propia Tierra, hipoteca el futuro de las nuevas generaciones con la lepra del egoísmo, de la irresponsabilidad, de la injusticia, de la falta de compromiso, de la amargura y la raíz de amargura.