Diccionario sonoro que recoge los nombres, historias y lugares protagonistas de la emocionante aventura que representa la música contemporánea desde su creación a la actualidad. Más información: march.es/contemporanea
Morton Subotnick
(Compositor, Los Angeles, 1933)
A finales de los 50, Subotnick estudia en el Mills College y toca el clarinete en una orquesta. Su capacidad es la de un joven prodigio. Su visión, de pionero: “En esos años”, recuerda, “tocaba para la Sinfónica de San Francisco, escribía música y actuaba, estaba leyendo al primer McLuhan y era muy consciente de que estábamos a punto de mutar como cultura. Los discos de larga duración son parte del potencial para este gran cambio”.
Junto a Pauline Oliveros y Ramón Sender, a quien les une el interés por la música electroacústica, funda en 1961 el San Francisco Tape Music Center, primer estudio de la Costa Oeste dedicado a la música experimental.
No por estar en California es ajeno a lo que ocurre en París y Colonia. “Ramón, Pauline y yo habíamos recibido una cinta de Stockhausen con el ‘Canto de los adolescentes’. Sabíamos lo que estaba pasando; yo estaba muy al tanto de la vanguardia de la época, solo que no había hecho nada de electrónica. Bueno, alrededor de 1960 había hecho una partitura de música concreta para una producción del ‘Rey Lear’”, cuenta en una entrevista al compositor James Gardner. Subotnick se refiere al encargo de música incidental para una producción en la que corta y pega la voz del actor protagonista para crear un insólito collage.
En ese momento, el californiano se da cuenta de que la tecnología que está utilizando le permite crear un nuevo entorno para componer. Le va a llamar “música como arte de estudio”.
En 1963, con una subvención de 500 dólares de la Fundación Rockefeller, desarrolla el primer sintetizador analógico mano a mano con el inventor Don Buchla. “Para mí”, habla Subotnick, “este fue el Día Cero para la evolución de la música. Una nueva música nueva. No una nueva música antigua”. Con su proverbial visión de futuro, el compositor cree que el Buchla 100 es una oportunidad de oro para “radicalizar la alta cultura tradicional”, e imagina que, si el instrumento se produce en masa a bajo coste, se hará popular en los hogares estadounidenses de clase media.
Tras mudarse a Nueva York en 1966 e instalarse en su nuevo estudio en Bleecker Street, recibe la oferta de Nonesuch Records de crear un disco electrónico. No es un encargo cualquiera: es el primer álbum electrónico encargado por un sello importante, y la primera pieza electrónica concebida específicamente para formato de álbum. Como no puede ser de otra manera, lo compone utilizando el sintetizador de control modular que ha construido con Buchla. Subotnick trabaja 10 horas al día a lo largo de 13 meses.
El disco –que irrumpe entre dos tendencias dominantes: las versiones electrónicas de Bach a cargo de Wendy Carlos y por otro los trabajos académicos más esotéricos de Stockhausen– logra un inesperado éxito lanzamiento y rápidamente copa las listas de ventas, categoría música clásica. La crítica del momento valora su innovadora audacia; la crítica del futuro reconocerá en sus ritmos secuenciados la anticipación de la música electrónica de baile. El nombre del disco, que estrena en la apertura de un club del East Village, es ‘Silver Apples of the Moon’.
Subotnick compone la obra en dos partes, cada una para una cara de un elepé. La "Parte I" (y cara A) explora el tono; la "Parte II" (la cara B), el ritmo y el pulso. Subotnick propone que todo ello se escuche individualmente o en pequeños grupos en un entorno íntimo, y define la obra como "una especie de música de cámara al estilo del siglo XX". Es, ciertamente, un viaje: a un tiempo y sonido particulares, y a un período de gran curiosidad musical. Toma su nombre, por cierto, del poema de Yeats "The Song of Wandering Aengus". “Uno de los primeros sonidos que hice en Silver Apples”, cuenta Subotnick, “en realidad lo primero de la canción, es este sonido de registro superior sibilante con una especie de calidad tintineante. En ese momento leí ese poema de Yeats y olvidé el nombre, pero las dos primeras líneas son, 'Golden apples of the sun/And silver apples of the moon'.
Escuchamos un fragmento de la primera parte del disco, ponderado por la revista The Wire como “una de las 100 grabaciones más importantes de todos los tiempos”.