💣 La
invasión de Rusia a Ucrania ha precipitado los acontecimientos y nos ha cambiado a todos. Rusia ha perdido todo atisbo de poder blando que podía conservar, la OTAN ha resucitado como bloque defensivo, Europa del Este se prepara ante la amenaza real de Moscú, Suecia y Finlandia se plantean unirse a la Alianza Atlántica… incluso Alemania es un país diferente. En menos de una semana,
Berlín ha dado un giro de 180 grados en la forma de interpretar las relaciones exteriores y actuar frente a conflictos internacionales.
El 22 de febrero, Olaf Scholz anunció la congelación del gasoducto Nord Stream 2. Cuatro días después, los ministros verdes, la de Exteriores, Annalena Baerbok, y el vicepresidente de Asuntos Económicos, Robert Habeck, dieron un paso al frente con un comunicado conjunto: Alemania da apoyo logístico a Ucrania, es decir, armamento, y apoya la restricciones al acceso al sistema de pagos SWIFT para los bancos y empresas rusas. Los Verdes, como indicaba el coautor del podcast El Tercer Voto, Raúl Gil, estaba “liderando la respuesta del Gobierno alemán”.
Scholz daba más detalles en un tuit afirmando que la invasión rusa marca un punto de inflexión y que el deber de Alemania es apoyar a Ucrania para defenderse del ejército invasor. ¿Cómo? Entregando
armamento antitanque y misiles tierra-aire Stinger. Qué tiempos estamos viviendo, basta con un tuit para hacer añicos con los pilares de la política exterior alemana. Adiós a la
Ostpolitk, a la restricción de exportación de armas, al poder blando, al pacifismo como ideología predominante y a la visión mercantilista de la acción exterior de Berlín.
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