El escritor Bruno Galindo nos acerca a la figura y la obra del escritor argentino Julio Cortázar a través de los libros que le acompañaron durante su vida, guardados en la Biblioteca de la Fundación Juan March. Este podcast indaga en sus anotaciones personales, sus subrayados, sus dedicatorias y traspapeles. Reúne a Cortázar con sus autores favoritos y, a todos ellos, con sus lectores-oyentes en el siglo XXI.
Solo tiene Julio –este transfigurador de ciudades reales, que dice Calvino en su dedicatoria– dos libros del genio italiano: la edición inglesa de ‘Si una noche de invierno un viajero’ y este que nos ocupa, en italiano: ‘Le cittá invisibili’. Debió haber muchos más en la biblioteca. Debió leerlos todos, a juzgar por su afinidad literaria y personal.
Hijo de un ingeniero agrónomo y una botánica y profesora universitaria, Italo Calvino nace en 1923 en Santiago de las Vegas (Cuba), lugar del que no llegará a guardar recuerdos. A los dos años la familia regresa a Italia para instalarse en San Remo, donde el padre tiene trabajo en estudios experimentales sobre cultivos de flores. El pequeño Italo crece en esa ciudad “aún habitada por ancianos ingleses, grandes duques rusos, gente excéntrica y cosmopolita”.
En Italia, Calvino se forma en agricultura, pero su vocación verdadera está en la literatura. La Segunda Guerra Mundial impide que se incline por lo uno o por lo otro: lo deja todo para unirse a los partisanos. Hasta después de la contienda no emergerá el escritor: primero con una tesis sobre Joseph Conrad, más tarde de la mano de Cesare Pavese, autor que le relaciona con la editorial Einaudi donde, con 24 años, Italo publica su primera novela, ‘El sendero de los nidos de araña’, obra de corte realista e inspiración antifascista.
Un gran Calvino, el fantástico, llega entre 1952 y 1959, que es cuando publica tres novelas geniales, ‘El vizconde demediado’, ‘El barón rampante’ y ‘El caballero inexistente’, o lo que es lo mismo, la trilogía ‘Nuestros antepasados’.
Otra trilogía cataliza su visión de la sociedad industrial contemporánea y la alienación urbana: ‘La especulación inmobiliaria’ (del 57), ‘La nube de smog’ (del 58) y ‘La jornada de un interventor electoral’ (del 63). Así se acerca a su época oulipiana, pues –ahora que vive en París– entra en contacto con este grupo experimental francés marcado por las posibilidades (y desafíos) de la literatura combinatoria.
Muere en 1985 en Siena, cerca de su casa de vacaciones, mientras escribe una serie de conferencias para la Universidad de Harvard. Esas enseñanzas quedan convertidas en el libro ‘Seis propuestas para el próximo milenio’, que son esas cualidades por cuya continuidad apostaba: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad y consistencia.
En 1972, Calvino avisa a quien se acerque a ‘Las ciudades invisibles’ que “son todas inventadas. He dado a cada una un nombre de mujer. El libro consta de capítulos breves, cada uno de los cuales debería servir de punto de partida de una reflexión válida para cualquier ciudad o para la ciudad en general”.
“Me reprochas que cada relato mío te transporte al centro mismo de una ciudad sin hablarte del espacio que se extiende entre una ciudad y la otra: si lo cubren mares, campos de centeno, bosques de alerces, pantanos. Te contestaré con un cuento”.
Una fantasía poliédrica. Uno de esos libros que se puede abrir y leer por cualquier lado. La obra maestra de su época experimental oulipiana.
“Partiendo de allá y andando tres jornadas hacia levante, el hombre se encuentra en Diomira, ciudad con sesenta cúpulas de plata, estatuas de bronce de todos los dioses, calles pavimentadas de estaño, un teatro de cristal, un gallo de oro que canta todas las mañanas en lo alto de una torre”.
El efecto óptico que logra su escritura puede hacernos pensar que uno gravita siempre sobre un mismo lugar.
“Eutropia no es una, sino todas esas ciudades al mismo tiempo; una sola está habitada, las otras vacías. Y esto ocurre por turno”.
Pero en este caleidoscopio urbano cada ciudad, incluso esa misma a la que volvemos una y otra vez, siempre es distinta.
“En Maurilia se invita al viajero a visitar la ciudad y al mismo tiempo a observar viejas tarjetas postales que la representan como era antes: la misma plaza idéntica con una gallina en el lugar de la estación de autobuses, el quiosco de música en el lugar del puente, dos señoritas con sombrilla blanca en el lugar de la fábrica de explosivos”.
Todos los cuentos el cuento.
“Más allá de seis ríos y tres cadenas de montañas surge Zora, ciudad que quien la ha visto una vez no puede olvidarla más. […] Su secreto es la forma en que la vista se desliza por figuras que se suceden como en una partitura musical donde no se puede cambiar o desplazar ni una nota”.
“Las ciudades invisibles se presentan como una serie de relatos de viaje que Marco Polo hace a Kublai Khan, emperador de los tártaros… A este emperador melancólico –que ha comprendido que su ilimitado poder poco cuenta en un mundo que marcha hacia la ruina–, un viajero imaginario le habla de ciudades imposibles. Por ejemplo, una ciudad microscópica que va ensanchándose y termina formada por muchas ciudades concéntricas en expansión, una ciudad telaraña suspendida sobre un abismo, o una ciudad bidimensional como Moriana…
“En cada lugar de Zoe se podría sucesivamente dormir, fabricar herramientas, cocinar, acumular monedas de oro, desvestirse, reinar, vender, consultar los oráculos”.
Sobre este viaje fabuloso habla Patricia Almarcégui, escritora, profesora de Literatura Comparada y experimentada viajera por ciudades visibles e invisibles del ancho mundo:
“Kubla Khan es el hombre de gobierno, de poder, sedentario y Marco Polo es el viajero. Y quien viaja es a quien se escucha, y además, si es extranjero, se escucha diríamos doblemente y con una doble fascinación. A mí me interesa mucho en ese diálogo el momento en el que Calvino nos da a entender que Kubla Khan ya sabe que Marco Polo le está contando ficciones, que no ha viajado a esos lugares, pero le da igual, y lo escucha con la misma atención, porque realmente lo que necesita Kubla Khan es verse maravillado y asombrado por el relato maravilloso de un viajero y de un extranjero”.
“Creo que lo que el libro evoca no es solo una idea atemporal de la ciudad, sino que desarrolla, de manera unas veces implícita y otras explícita, una discusión sobre la ciudad moderna… Creo haber escrito algo como un último poema de amor a las ciudades cuando es cada vez más difícil vivirlas como ciudades”. Son palabras escritas por Calvino cuando las metrópolis eran aún muy diferentes entre sí, tanto tiempo antes de la globalización.
“Calvino, a pesar de que vive más de 10 años en París, nunca escribe sobre París. Sin embargo, ‘Las ciudades invisibles’ están escritas en París y quizás porque ‘Las Ciudades Invisibles’ se hacen visibles gracias al lenguaje de Marco Polo, pero también alude a todo aquello que ya no es vivible en las ciudades contemporáneas. Una reflexión sobre lo invivible de la ciudad contemporánea. Bueno siempre me ha llamado la atención que casi todas las ciudades del libro están vistas desde arriba, en lontananza, desde lejos, como si fueran ciudades que solo están hechas para mostrarse, para ser visibles, para ser pintadas, pero no para ser vivibles”.
“Tal vez estamos acercándonos a un momento de crisis de la vida urbana y “Las ciudades invisibles” son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles. Se habla hoy con la misma insistencia tanto de la destrucción del entorno natural como de la fragilidad de los grandes sistemas tecnológicos que pueden producir perjuicios en cadena, paralizando metrópolis enteras. La crisis de la ciudad demasiado grande es la otra cara de la crisis de la naturaleza”, anticipa Calvino”.
“Suspendida en el abismo, la vida de los habitantes de Octavia es menos incierta que en otras ciudades. Saben que la resistencia de la red tiene un límite”.
Como sugiere Francesco Luti en Cuadernos Hispanoamericanos, muchos guiños se han intercambiado Calvino y Cortázar. Se hicieron amigos cuando se encontraron por primera vez en París en 1961, cuando el italiano promocionaba su novela ‘El caballero inexistente’. Resulta providencial que allí Italo conociera a su futura esposa Esther Judit Singer, apodada “Chichita”, y a Aurora Bernárdez, la mujer de Cortázar, que se convertiría en la traductora al castellano de sus obras.
Jessica Pujol Duran hace en la University College de Londres un estudio comparativo del experimentalismo de ambos, que vincula por sus “aproximaciones más democráticas, lúdicas e inclusivas a la experiencia textual”. Desde ahí es fácil relacionar ‘Rayuela’, ‘62: Modelo para armar’ e ‘Historias de cronopios y famas’ con ‘Las cosmicómicas’ y ‘El castillo de los destinos cruzados’.
Fuera de la escritura, debe recordarse que fueron vecinos y compañeros (y, Cortázar, padrino de la hija de Calvino). Como anécdota, los dos tenían en su estudio parisino el mismo poster del perrito Snoopy sentado frente a la máquina de escribir.
No hay libro mejor que ‘Las ciudades invisibles’ para conocer a este autor que –parafraseando a Carlos Scolari– soñaba con androides literarios. Como dice el teórico de la comunicación argentino, Calvino anticipó el funcionamiento de las inteligencias artificiales generativas, trabajando sobre el viejo sueño que va desde la máquina pensante imaginada por Ramon Llull en su ‘Ars Combinatoria’ hasta, podríamos decir, el ChatGPT. Para Calvino “escribir es pura y simplemente un proceso de combinación de elementos”.
“Al cabo de tres jornadas, andando hacia el sur, el hombre se encuentra en Anastasia, ciudad bañada por canales concéntricos y sobrevolada por cometas. Debería ahora enumerar las mercancías que aquí se compran a buen precio: ágata, ónix, crisopacio y otras variedades de calcedonia”.
Italo Calvino: autor fascinante, genial fusión de imaginación, estilo, estructura, ciencia, compromiso y utopía. Todo ello está aquí.
“Italo Calvino siempre considero ‘Las ciudades invisibles’ su mejor libro, quizás porque también siempre estuvo insatisfecho con la manera en la que intentó ordenar el mundo –ordenar al mundo me refiero literariamente–. Y en esas 55 ciudades implicadas de estructura azarosa, pues tiene mucho que ver también la oralidad, esa manera en la que cuando alguien cuenta algo o los demás que lo están escuchando quieren interrumpirle, lo interrumpen de hecho, y quieren contar su historia provocada por lo que cuenta ese narrador”.