La biblioteca de Julio

Cortázar y Monterroso —autor del microrrelato más famoso de la historia: “Cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí”— compartieron atracción por lo lúdico y lo artístico. Este bestiario —que lee la poeta y actriz colombiana Marisol Rozo— nos lleva a Esopo y La Fontaine, Kafka y Ovidio, Kipling y Durrell. Brevedad, ironía, humanidad.  

What is La biblioteca de Julio?

El escritor Bruno Galindo nos acerca a la figura y la obra del escritor argentino Julio Cortázar a través de los libros que le acompañaron durante su vida, guardados en la Biblioteca de la Fundación Juan March. Este podcast indaga en sus anotaciones personales, sus subrayados, sus dedicatorias y traspapeles. Reúne a Cortázar con sus autores favoritos y, a todos ellos, con sus lectores-oyentes en el siglo XXI.

LBdJ. Augusto Monterroso. “La oveja negra y demás fábulas”

30. “La oveja negra y demás fábulas”. Augusto Monterroso. Seix Barral, Barcelona, 1981.

A simple vista parece un libro de Kipling. De Horacio Quiroga. O de Esopo. Pero no, es del guatemalteco. Vemos serpientes, tortugas, lagartos, camaleones: un libro de la selva. Está escrito en la página 3 –en lápiz, que es lo que más dura– que ha costado 125 pesos, no sabemos si mexicanos o argentinos. El diseño de cubierta corresponde a Josep Navas, que en la época diseñó otros títulos para Biblioteca breve; de Octavio Paz y José Donoso, por ejemplo.

“A Carol y Julio. Con un abrazo, Augusto Monterroso”.

Parece la dedicatoria de quien firma muchos libros. Escribe con letra inclinada hacia la derecha; dextrógira se le llama a esta caligrafía, asociada, por los que saben de esto, al carácter extrovertido, objetivo y sociable.

Augusto Monterroso nace en 1921 en Tegucigalpa, pero le consideran guatemalteco por ser esta la nacionalidad de su padre, y la que él adopta cuando llega a la mayoría de edad. Allí se une a la lucha popular contra la dictadura del general Jorge Ubico. Pero le espera el exilio a los 23 años en México, donde va a trabajar en la UNAM como profesor de literatura y en el Fondo de Cultura Económica, como traductor.

Entre unas cosas y otras, Tito, que es como le llaman sus amigos, funda periódicos y revistas, es secretario de Pablo Neruda y cónsul de Guatemala en La Paz. Se forma entre la lectura y la escritura. La primera, de clásicos en lengua española e inglesa. La segunda, de piezas que escoran hacia lo breve. Ese será su formato. Lo radicalizará hasta llegar a extremos tan populares como el de “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Brevedad, ironía, humor, aforismo, imaginación, fábula, humanidad. Ahí está su estilo. Y el microrrelato más famoso del mundo.

Anticipándose a la crisis de la atención, Monterroso defiende la economía del lenguaje para que el lector aguante hasta el final: “es muy propenso a huir en la segunda frase: hay que procurar que no se te escape”, dice. Ante esto, Italo Calvino solo puede decir que sus relatos son los más maravillosos del mundo. De estos escribe cinco volúmenes; además, una novela, una antología poética y un par de ensayos. Poco.

“de manera que, para mí, publicar un libro es muy traumático, tardo mucho en decidirme... –¿No me diga, no es un acto feliz? –¿Publicarlo? No. Ni escribirlo. Esto es nada más el cumplimiento de algo que no sé por qué me metí a hacer”.

Vive hasta el 8 de febrero de 2003. Aquel día, cuando la ciudad de México despierta, Augusto Monterroso ya no está allí. Ese día, y no antes, se extingue el dinosaurio.

“La oveja negra” arranca con la cita de un tal K’Nyo Mobutu, que al final del libro se nos revelará como antropófago: “Los animales se parecen tanto al hombre que a veces es imposible distinguirlos de este”.

“Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha”.

“Imagine el fantástico bestiario de Borges tomando el té con Alicia. Imagine a Jonathan Swift y James Thurber intercambiando notas. Imagine a una rana del condado de Calaveras que hubiera leído realmente a Mark Twain. Conozca a Monterroso” (Carlos Fuentes)

“A pesar de lo que digan, la idea de un cielo habitado por Caballos y presidido por un Dios con figura equina repugna al buen gusto y a la lógica más elemental, razonaba los otros días el caballo.

Todo el mundo sabe –continuaba en su razonamiento– que si los Caballos fuéramos capaces de imaginar a Dios lo imaginaríamos en forma de Jinete”.

“Este libro hay que leerlo manos arriba. Su peligrosidad se funda en la sabiduría solapada y la belleza mortífera de la falta de seriedad” (Gabriel García Márquez)

“Dice la tradición que en un lejano país existió hace algunos años un Búho que a fuerza de meditar y quemarse las pestañas estudiando, pensando, traduciendo, dando conferencias, escribiendo poemas, cuentos, biografías, crónicas de cine, discursos, ensayos literarios y algunas cosas más… llegó a saberlo y a tratarlo prácticamente todo en cualquier género de los conocimientos humanos, en forma tan notoria que sus entusiastas contemporáneos pronto lo declararon uno de los Siete Sabios del País, sin que hasta la fecha se haya podido averiguar quiénes eran los otros seis”.

“Los pequeños textos de ‘La oveja negra y demás fábulas’, de Augusto Monterroso, en apariencia inofensivos, muerden si uno se acerca a ellos sin la debida cautela y dejan cicatrices, y precisamente por eso son provechosos” (Isaac Asimov).

“En un lejano país existió hace muchos años una oveja negra.

Fue fusilada.

Un siglo después el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.

Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas, para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura”.

Escribe Monterroso que este libro jamás hubiera podido ser escrito sin la generosa ayuda y la asistencia permanente de un entomólogo, de un domador y de un experto en costumbres de las aves nocturnas que aparecen en el texto; y mucho menos sin el libre acceso que las autoridades del Jardín Zoológico de Chapultepec, permitieron al autor, a fin de que pudiera observar ‘in situ’ determinados aspectos de la vida animal que le interesaban.

“Cerca del Bosque de Chapultepec vivió hace tiempo un hombre que se enriqueció y se hizo famoso criando Cuervos para los mejores parques zoológicos del país y del mundo y los cuales resultaron tan excelentes que a la vuelta de algunas generaciones y a fuerza de buena voluntad y perseverancia ya no intentaban sacar los ojos a su criador sino que por lo contrario se especializaron en sacárselos a los mirones que, sin falta y dando muestras del peor gusto, repetían delante de ellos la vulgaridad de que no había que criar Cuervos porque le sacaban a uno los ojos”.

Síntesis de literatura y etología, este bestiario tendría un lugar predominante en un “inventario completo de animales”, ardua tarea en la que estarían las fábulas de Esopo y La Fontaine, las grandes alegorías de Kafka, Ovidio, o Melville; el absurdo de Ionesco, los salvajes-humanos de Kipling, London o Quiroga y la parentela de Durrell. ¿Será, como se pregunta el poeta y profesor de Literatura de la Universidad de Buenos Aires Héctor Freire, que el hombre cuando se transforma en animal se vuelve dionisíaco?

Dice Mariana Sández en su estudio “Un diálogo entre Monterroso y Cortázar (Barcelona, 2002) que ella ve en ‘Un tal Lucas’, libro de Cortázar de 1979, un secreto homenaje al Monterroso de “Leopoldo (sus trabajos)” del libro ‘Obras Completas (y otros cuentos)’, de 1959. Con Tito, Julio “compartía, entre muchas otras cosas, la diversión por coleccionar palíndromos y una atracción común por lo lúdico artístico”.

Pero “es el humor lo que abre las puertas de sus paraísos literarios”. Este es, a la postre y como certifica Cortázar, la clave esencial para la interpretación de su obra”.