La biblioteca de Julio

“Yo soy Claribel Alegría, nací en Nicaragua, estudié Filosofía y tuve como mentor a Juan Ramón Jiménez”. Escuchamos a la poeta centroamericana, gran amiga de Cortázar a lo largo de los años. Y a su hijo Erik Flakoll, que recuerda cómo Julio se convirtió en su padrino, cómo fueron los encuentros en su hogar en Mallorca, y los triunfos y los desengaños políticos.  

What is La biblioteca de Julio?

El escritor Bruno Galindo nos acerca a la figura y la obra del escritor argentino Julio Cortázar a través de los libros que le acompañaron durante su vida, guardados en la Biblioteca de la Fundación Juan March. Este podcast indaga en sus anotaciones personales, sus subrayados, sus dedicatorias y traspapeles. Reúne a Cortázar con sus autores favoritos y, a todos ellos, con sus lectores-oyentes en el siglo XXI.

27. Claribel Alegría. “Suma y sigue”. (Antología)

27. “Suma y sigue”. (Antología). Claribel Alegría. Visor libros. Madrid, 1982.

La cubierta negra, según el canon editorial de la época. Una ilustración con la imagen de un cielo al otro lado de una ventana. Es uno de los siete libros que Julio tiene de la poeta. Unos llevan dedicatoria ‘para Aurora y Julio’, otros –como este– ‘para Julio y Carol’; así nos damos cuenta de una larga amistad que atraviesa los años. Más de 30 años de oficio poético, se dice en la contra. Y muchos más que vendrán, pues Claribel estará activa hasta poco antes de su muerte, a los 93 años, en su país natal.

Vamos a conocerla a través de esta grabación familiar inédita, que ve la luz aquí, cuando se cumplen cien años de su nacimiento.

“Ah, bueno, yo este soy Claribel Alegría, nací en Nicaragua de padre nicaragüense y madre salvadoreña y me trajeron al Salvador cuando yo apenas tenía nueve meses de edad y aquí crecí, aquí me formé. Como a los 18 años, después de mi bachillerato, viajé a los Estados Unidos estudié Filosofía y Letras y además tuve como mentor a Juan Ramón Jiménez, y él fue el que eligió los poemas que iban a ir en mi primer libro: ‘Anillo de silencio’. Bueno, y después me casé, tuve cuatro hijos, viajé mucho y ahora vivo en Nicaragua”.

Toma partido frente a las cosas, aún las tradicionalmente inanimadas, polemiza con ellas, las provoca, escribe Benedetti, responsable de la selección de poemas y la introducción de la antología. El lenguaje es sencillo, a veces de una claridad abrumadora, pero el subsuelo de esa llaneza es rico en complejidades y en propósitos.

“Este espejo me entiende. Voy a llegar de noche, después que hayan corrido los cerrojos, después de las tertulias y los rezos. Conozco bien las calles, las recuerdo con su olor a verano y mansedumbre. No he podido cumplir mi cita con la ceiba y ya esta soledad me llega a las rodillas y las doblo. Desde mi puerta veo procesiones de sombras y las voces son ecos y el viento se perfila obtuso en las esquinas. Volveré a mi ciudad donde los rostros simples de las casas nos invitan a entrar. Este espejo me entiende, voy a buscar mi imagen en las cosas de allá”.

Dos vertientes esenciales tiene esta obra: una poesía casi parabólica, de fecundo misterio, casi estrictamente privada, y una vasta metáfora social, atravesada ahora por catástrofes y esperanzas políticas, enriquecida por un decantado reclamo de justicia.

“Son altas las columnas de mi sueño, van hacia el canto con los pies descalzos, del fondo de mi misma se levantan y suben por el viento en espirales”.

Para el antólogo, Claribel, que siempre supo transcribir las constancias del amor y de la vida, también consigue ahora reunirlas y revelarlas en su transparente ritual de patria.

“Mi amor es la escudilla en la que tú dejaste una moneda, la moneda tañendo de que existo, la trenza que forjan las palabras, el vino, el mar desde la mesa, los mal entendidos, los días en que nos damos cuenta que ya no somos uno, que estamos alejados irremediablemente. Ayer, desde mi exilio, inventé que llegabas, salí del hielo, espanté pingüinos, desplacé a las estrellas acechando tu desembarco, quería ayudarte a plantar banderas, celebrar de rodillas el milagro”.

También está la exuberancia, el costumbrismo centroamericano.

“Se detiene el camión en el mercado un panorama de iguanas, gallinas, tasajos canastos, rimero de nancen, nísperos, naranjas, sunsas, zapotes, quesos, bananos, perros pupusas, jocotes, olores ácidos, melcochas, orines, tamarindos. El café-doncella baila en el beneficio lo desnudan lo violan lo tienden en los patios y se adormece al sol. Las bodegas oscuras se iluminan, desprende el café-oro reflejos de malaria, de sangre, de analfabetismo, de tuberculosis, de miseria”.

Ahora toma la palabra su hijo Erik Flakoll. Va a hablar de la relación de sus padres, Claribel y Bud, con Julio, va a contar sobre cómo este se convirtió en su padrino, cómo fueron los encuentros en su hogar en Mallorca, y también va a recordar los triunfos y los desengaños políticos.

“la amistad de mis padres con Julio Cortázar empezó en el 53, cuando estaban haciendo una antología de jóvenes escritores latinoamericanos aún desconocidos en ese entonces y que serían traducidos y publicados en Estados Unidos. Hay que decir que mis padres tuvieron un olfato tremendo: entre el elenco de esa antología, no sólo figuraba Julio Cortázar, sino que también estaban Juan Rulfo, Mario Benedetti, Blanca Varela, Tito Monterroso, Fayad Hamis y muchos más”.

“Luego yo me acuerdo que nos mudamos a París en el 63, y ahí seguimos viendo a Julio y Aurora. Lo que más me acuerdo de Julio, es que no más llegar a la casa se quitaba el abrigo y se tiraba al suelo, con largo era, a jugar carritos chocones conmigo, yo apenas tenía nueve años y ese gigante me asombraba, además él me entendía y me hablaba a mí, no solo a mis padres. Tan es así que cuando mi padrino, Sebastián Salazar Bondi, murió en el 65, yo le pedí a Julio que si él lo quería ser. Y bueno, y sellamos ese trato con un abrazo de oso que no se me olvidará jamás”.

“En 1966 nos mudamos de París a Mallorca y fuimos a vivir a un pueblecito que se llama Deia, en la montaña tramontana, y allí venía Julio a visitarnos también. Sin embargo, ya cuando llegaba ya Deià dado un cambio enorme, se había separado de Aurora, le había crecido una barba exuberante que lucía con mucho orgullo y se había convertido en un gran fan de la revolución cubana. Para remate se había juntado con Ucné, una periodista lituana explosiva y mercurial, es decir, la antítesis de Aurora. Muchos amigos comunes, como Mario Vargas Llosa y otros, no entendieron ese cambio tan radical y era comidilla de todas las reuniones: ‘¿qué le ha pasado a Julio?’”

“A nuestra casa en Deia llegaban todos nuestros amigos escritores, que ya estaban siendo reconocidos y consagrados en lo que se denominó el boom latinoamericano, y ese pueblecito, que hasta entonces había sido asignado por Robert Graves la cultura anglosajona, el culto a la Diosa Blanca y los mitos homéricos, se volvió un poco más latina y más mágica. Mi madre contribuyó a eso publicando un librito sobre Deia que se llama ‘Pueblo de Dios y de Mandinga’, que fue un retrato fiel de esa época de ‘hippies’, que a Julio le gustaba muchísimo.

Claribel dedica a Julio el poema “Tiempo”:

Le di vuelta / A mi pasado / A mi futuro / Y se encendió de pronto / Mi presente

A Aurora le dedica “Deiá”:

Aquí todos caminamos por los muros / Solo algunos lo saben / La mayoría piensa / Que sigue caminando en tierra firme

“Salí del mar mi mano entre la mano de mi Padre odiando al ministro yanqui y a Somoza y esa misma noche hice un pacto solemne con Sandino que no he cumplido aún y por eso me acosa su fantasma y llega hasta mí el hedor a represión. Y no solo es Sandino: hice también un pacto con los niños pobres de mi tierra, que tampoco he cumplido. Cada minuto muere de hambre un niño y hay crímenes y guetos y más crímenes que a título del orden se cometen de la ley y del orden. Y aunque el mar este tibio y yo te amo, mi paraíso de Mallorca es un cuarto cerrado y todas las noches se puebla de fantasmas”.

“Luego ya, el 19 de julio del 79, cuando Somoza salió huyendo de Managua, dio la casualidad que Julio y Carol Dunlop, la nueva y última esposa de Julio, llegaron a Deia, y ahí en la terraza empezaron a celebrar la caída del tirano Somoza y el triunfo de la revolución sandinista, y decidieron ir a Nicaragua a ver qué pasaba y de qué forma podían ayudar. Carol y Julio se fascinaron con la revolución sandinista y mis padres también. Mis padres se quedaron a vivir ahí y Julio y Carol venían frecuentemente a visitar Nicaragua, pero ya en 1983, cuando Julio escribió ese libro ‘Nicaragua tan violentamente dulce’, Carol cayó muy enferma y se tuvieron que regresar a París de emergencia, donde al poco tiempo murió. Julio volvió una vez más en el 84, no sé si al final del 83 o 84, y estuvo hospedado en casa, pero ya era otro, estaba como un poco vacío por dentro y al poco rato, en febrero del 84, murió.”

Claribel Alegría muere en Managua en 2018. En Deià, Mallorca, una calle lleva su nombre. Es un hermoso lugar donde recordar a esta mujer que –dijo Gioconda Belli– tenía corazón de lis, alma de querube y lengua celestial.

“No puede, no puede conmigo la tristeza: la arrastro hacia la vida y se evapora”.

Y también, por qué no, a nuestro querido bibliotecario.

“¿Qué te puedo decir de Julio? Que era un gran hombre modesto inteligente y que nunca perdió la capacidad del asombro”.

Acabas de escuchar “La biblioteca de Julio”, un podcast de la Fundación Juan March. Control técnico y música: Carlos Roiz. Música de cabecera: Astor Piazzolla. Lectura poética de Claribel Alegría. Interviene su hijo, Erik Flakoll. Música adicional: Raffel Plana. Concepto, guión y voz: Bruno Galindo.