Exclusivas de La Gaceta
La taba es uno de esos juegos que todos nombramos, pero que casi nadie jugó en realidad. No es difícil de explicar de qué se trata: es un hueso de vaca, el astrágalo, que vuela por el aire, una especie de dado cimarrón donde el campo entero es el cubilete, si me permiten el exceso poético. Los griegos ya lo conocían (o también); usaban la taba para apostar y para consultar el destino. A esa práctica la llamaban astragalomancia, con esa sapiencia que tenían para nombrar las cosas: en este caso, leer la fortuna en la caída de un hueso.Tiene en su haber, además de la suerte de héroes griegos y romanos, fantasmas camperos como la leyenda uruguaya de Durazno. Cuenta que un esclavo fue asesinado por el patrón porque le ganó la estancia en el juego. La taba fue enterrada y escondida junto al mulato, pero vuelve una y otra vez a la mesa como acusación muda, una especie de “garrón delator”, con las excusas del caso a Edgar Allan Poe. Porque, tal como vimos, lo que sirve para la timba se aplica también al destino.El asunto es que, a diferencia de los dados, parientes prolijos suyos que fueron domesticados hasta ser cubos perfectos y que intentan equilibrar pesos y roces, las tabas se negaron a abandonar ese pasado nigromante y su credo aleatorio. Dios no juega a los dados: eso sería un asunto de probabilidad calculable. En todo caso, si se quiere azar, debería decirse que nos comunica sus designios a través de las tabas. Irregulares, torcidas, distintas entre sí.Domar el destino, la ruta del astrágalo, fue una de las obsesiones de los gauchos. Hasta las trampas se unieron a su esencia: cargar la taba para que caiga en suerte y no del otro lado; o, por caso, inclinar la cancha con una piel de oveja debajo del “queso” (la cancha) de tal manera que siempre se dé vuelta y nunca se clave. Versos recopilados por Alfonso Carrizo dan cuenta de algunas de estas mil mañas: “En la cancha bien tendida, con la oveja por debajo, el facón clava el atajo y la taba ya está vendida”. También el viejo Vizcacha habla del asunto en La vuelta de Martín Fierro: “Cargaba bien la taba porque la sabía manejar; cuando la echaba a rodar, nadie más le conocía. El diablo se la daría, pero él sabía engañar”.De aquí se desprende la otra metáfora: la taba como mentira, el tabero como mentiroso. Pero no es cualquier mentira: no llamamos tabero al vil embaucador, sino más bien al cuentero risueño, al fabulador serial. Artesano del lenguaje, su mentira es como la taba: irregular, inverosímil, pero fascinante mientras gira.Propongo como ejemplo un caso tucumano, el de “Tabita” López. En medio de cualquier reunión se paraba y retaba a los presentes a, por ejemplo, demostrar que alguno era mejor pescador de pollos que él. Entonces comenzaba: había que ensartar en un maíz un anzuelo “del tres y medio, o del cuatro, tema variable según el corral”. Lo difícil, decía, era calcular el tirón. Señalaba que los baquianos comparaban esta pesca con la del pejerrey, porque hay que engancharlo suave pero justo, porque si no se suelta. “Si el pollo se traga la semilla y pasa derecho al estómago lo perdiste: hay que engancharlo cuando pase por la tráquea”, y se señalaba el gaznate. Peor es si se engancha en el cachete (se metía el dedo en la boca para ilustrar) porque ahí el bicho hace un escándalo, alborota a todos y salen los dueños. Por eso, concluía, si se hacía el tironcito bien, en el momento justo, el pollo venía calladito. Entonces el resto de los presentes lo ponían a prueba con las más variadas preguntas teóricas, como: “Che, ‘Tabita’, ¿y si es pollito?”. Y él, que no era un improvisado, retrucaba al instante: “Ah no, si es pollito hay que devolverlo”.La taba es, así, un memorable deporte de sobremesa. Ambas versiones tienen en común ser juegos del aire.