La biblioteca de Julio

1929. Anda el poeta por la ciudad de Nueva York y está escribiendo su obra maestra. Cortázar —que siempre leyó al granadino— subraya y anota esta edición, que provocó en él “lorquismo desaforado”. Lee sus poemas elegidos Soleá Morente, hija del cantaor Enrique Morente, que los llevó al flamenco y al rock. Las anotaciones del editor, José Bergamín, corren a cargo de su nieta Beatriz. 

What is La biblioteca de Julio?

El escritor Bruno Galindo nos acerca a la figura y la obra del escritor argentino Julio Cortázar a través de los libros que le acompañaron durante su vida, guardados en la Biblioteca de la Fundación Juan March. Este podcast indaga en sus anotaciones personales, sus subrayados, sus dedicatorias y traspapeles. Reúne a Cortázar con sus autores favoritos y, a todos ellos, con sus lectores-oyentes en el siglo XXI.

25. POETA EN NUEVA YORK

Federico García Lorca. Editorial Séneca. México, Distrito Federal.

Este libro se terminó de imprimir el 15 de junio de 1940 en los talleres gráficos de la Editorial Cultura, y ese mismo año Cortázar deja su firma a modo de ex libris: Julio Denis. Hace solo cuatro años del asesinato de Lorca; y diez de la escritura de este poemario. Tanto va a marcarle que lo va a conservar toda la vida.

Está mal escuadrado; es decir, que los cuadernillos se han movido ligeramente durante el cosido dejando algunas páginas desparejas. A esto se le llama libro intonso. El guillotinado imperfecto invita a imaginar al joven Julio abriendo los pliegos con un abrecartas.

El libro tiene 192 páginas color hueso. La inclusión de cuatro dibujos de Federico hacen de este volumen –catalogado en la Biblioteca Cortázar con la signatura BC-L-Gar6– algo aún más especial.

Cuesta no empezar por el final la historia de Federico: el trauma de su asesinato estigmatiza la memoria de un país. Este ‘Poeta en Nueva York’ cuenta con el prólogo de José Bergamín. La que lo lee es su nieta Beatriz:

“Pues Federico García Lorca es el poeta contemporáneo más íntimamente y, diríamos, pudorosamente, arraigado en la gran poesía popular y tradicional española. Tal vez por eso debía morir como ha muerto, en su Granada, cobardemente asesinado por la traición; por traidores a su patria española y a su íntima, pequeñita, sagrada patria granadina; traidores a su reino poético andaluz de este mundo, y al del otro; traidores al pueblo, al hombre y al poeta, Y por eso su sangre señala a sus verdugos clavándoles en la frente, indeleblemente, el sello cainita de la traición total”.

Se le vio, caminando entre fusiles,
Por una calle larga, salir al campo frío,
aún con estrellas, de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle a la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
–sangre en la frente y plomo en las entrañas–
…Que fue en Granada el crimen
sabed –¡pobre Granada!– en su Granada…

“Así, Antonio Machado, padre y maestro mágico de la lírica castellano-andaluza, nos cantó su imperecedero morir de español auténtico, de andaluz, granadino puro; el correr de su sangre, como el de sus dos ríos, agua y sangre simbólicas, brotadas de la Víctima eterna, del Cristo en el que él creyó, y como el que murió”.

Federico García Lorca (Fuentevaqueros, 5 de junio de 1898 – camino de Víznar a Alfacar, 1936). Poeta y dramaturgo español, adscrito a la generación del 27.

Desde pequeño entra en contacto con las artes a través de la música y el dibujo. En 1915 comienza a estudiar Filosofía y Letras, y Derecho en la Universidad de Granada. Forma parte de El Rinconcillo, centro de reunión de los artistas granadinos, donde conoce a Manuel de Falla. Entre 1916 y 1917 realiza una serie de viajes por España con sus compañeros de estudio, que inspiran su primer libro: ‘Impresiones y paisajes’.

En 1919 se traslada a Madrid y se instala en la Residencia de Estudiantes, coincidiendo con numerosos literatos e intelectuales (Dalí y Buñuel entre ellos). Allí empieza a florecer su actividad literaria con la publicación de obras como ‘Libro de poemas’ (1921) o ‘El maleficio de la mariposa’ (1920).

Junto a un grupo de intelectuales granadinos funda en 1928 la revista ‘Gallo’, de la que sólo salen dos ejemplares. Al año siguiente viaja a Nueva York, plasmando este viaje en el poemario que nos ocupa. Dos años después funda el grupo teatral universitario La Barraca, para acercar el teatro al pueblo mediante obras del Siglo de Oro.

Otro viaje a Buenos Aires en 1933 hace crecer más su popularidad con el estreno de ‘Bodas de Sangre’. A su vuelta sigue publicando diversas obras, como ‘Yerma’ o ‘La casa de Bernarda Alba’ (1936), hasta que, en 1936, en su regreso a Granada, es detenido y fusilado por sus ideas liberales.

Anda el poeta por la ciudad de Nueva York; vive en la Universidad de Columbia. Se adentra nocturno –nos cuenta Bergamín– en su afán romántico; penetra con acerado empeño sus ecos y sus sombras; discurre por su laberinto entrañable, tejiendo en sus rincones últimos, en los reaños o entresijos de su alma, palabras misteriosas y puras, alegres o siniestras.

Asesinado por el cielo,
entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.

Podemos leer y ahora escuchar estos poemas porque Lorca dejó el manuscrito en manos de Bergamín. El poeta tenía especial empeño en que la edición primera de este libro fuese hecha según el gusto del director de las ediciones españolas del Árbol, a quien igualmente había entregado la edición de todo su teatro y la promesa de la de sus poesías completas. Esta edición responde –dice Bergamín–, al deber que personalmente contrajimos con Federico García Lorca.

He pasado toda la noche en los andamios de los arrabales
dejándome la sangre por la escayola de los proyectos,
ayudando a los marineros a recoger las velas desgarradas.

Y estoy con las manos vacías en el rumor de la desembocadura.
No importa que cada minuto
un niño nuevo agite sus ramitos de venas
ni que el parto de la víbora, desatado bajo las ramas,
calme la sed de sangre de los que miran el desnudo.
Lo que importa es esto: hueco. Mundo solo. Desembocadura. Alba no. Fábula inerte.
Sólo esto: desembocadura.

Julio escribe una exclamación junto a estos versos. Tacha, en la siguiente página, una g que le molesta en ‘Brookling’, donde Lorca escribe:

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.

Pero no hay olvido, ni sueño: carne viva.

Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.

En otra página…

La nieve de Manhattan empuja los anuncios
y lleva gracia pura por las falsas ojivas.
Sacerdotes idiotas y querubes de pluma.
van detrás de Lutero por las altas esquinas.

Lorca escribe un poema. Julio escribe “¡Estupendo!”

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden en sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados:
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.

A Julio le gusta el “Poema doble del Lago Edem” –el de “Era mi voz antigua / ignorante de los densos jugos amargos”– y anota: “Prefiero la versión primera, la que leí en ‘Poesía’, allá en 1935.

Este es el “Nocturno del hueco”:

Los rostros bogan impasibles
bajo el diminuto griterío de las yerbas
y en el rincón está el pechito de la rana
turbio de corazón y mandolina.

“Ruina”. “New York”

¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes?

“Grito hacia Roma”

Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.

“Oda a Walt Whitman”

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
Anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro

con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.

¡Poesía!, escribe Julio entusiasmado entre interjecciones.

Y exclama: “¡los negros!” en “Oda al Rey de Harlem”
bajo el amianto de la luna,
para que nadie dude de la infinita belleza
de los embudos, los ralladores,
los plumeros y las cacerolas de las cocinas

Al final, “Pequeño Vals Vienés”
En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.

Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.

Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.

Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.

En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.

Porque te quiero y te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del “Te quiero siempre”.

En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.

Sabemos que Cortázar leyó siempre a Lorca: en la biblioteca hay cuatro volúmenes de sus obras completas, y el “Poema del cante jondo”, fechados entre el 33 y el 39. Años después, Julio le dirá a Ernesto González Bermejo: “Siento un gran amor, y les debo mucho a los poetas llamados “de la República”, empezando por la llegada imperial de García Lorca a Buenos Aires, que provocó en todos nosotros un “lorquismo desaforado””.

La ra la ra la ra lara lara lararla
Lalalalalala
Lalalalararara
Lararararara
Laaaaarararaaaaaala...

Porque te quiero y te quiero amor mío
En el desván donde juegan los niños,
Soñando viejas luces de Hungría
Por los rumores de la tarde tibia.

La ra la ra la ra lara lara lararla
Lalalalalala
Lalalalararara
Lararararara
Laaaaarararaaaaaala...

Acabas de escuchar “La biblioteca de Julio”, un podcast de la Fundación Juan March. Control técnico: Carlos Roiz. Música de cabecera: Astor Piazzolla. Música adicional: Raffel Plana. Música del archivo de Federico García Lorca y La Argentina. Lectura de José Bergamín: Beatriz Bergamín. Lectura de Federico: Soleá Morente. Concepto, guión y voz: Bruno Galindo.