El escritor Bruno Galindo nos acerca a la figura y la obra del escritor argentino Julio Cortázar a través de los libros que le acompañaron durante su vida, guardados en la Biblioteca de la Fundación Juan March. Este podcast indaga en sus anotaciones personales, sus subrayados, sus dedicatorias y traspapeles. Reúne a Cortázar con sus autores favoritos y, a todos ellos, con sus lectores-oyentes en el siglo XXI.
Man Ray 'Autorretrato'
La biblioteca de Julio. Un pódcast de la Fundación Juan March. Un acercamiento a la figura y la obra de Julio Cortázar a través de los libros que le acompañaron durante su vida.
43. 'Autorretrato'. Man Ray. Editorial Robert Laffont. París, 1964.
"Cortázar, París 64", leemos en la primera página en blanco del libro. Es decir, que este cae en sus manos en el mismo año de su edición. Y solo un año después de ser escrito por su autor. Traducido del “americano” por Anne Guérin, es un tomo de buen peso y tamaño, con el retrato, entendemos que “auto” y la firma del autor, Man Ray, El Hombre Rayo.
El 14 de julio de 1921, desembarca en París un joven estadounidense apasionado por la pintura y la fotografía. Se llama Emmanuel Radnitzky y, de inmediato, es adoptado por amigos con apellidos prestigiosos: Breton, Aragon, Éluard, Soupault, Picabia, Cocteau...
Pintor, pero también fotógrafo, Man Ray, atraído por ese París que su amigo Marcel Duchamp le ha descrito desde Estados Unidos, participa en la gran aventura del dadaísmo y el surrealismo. En Montparnasse, se encuentra con todos aquellos que han marcado el arte contemporáneo; asiste a los famosos bailes en casa de los Beaumont, frecuenta el 'Bœuf sur le Toit' y el 'Jockey', lugares icónicos de los años 20.
Su fotografía nos va a dar a conocer a sus modelos más célebres de esos días, como Kiki de Montparnasse –que hace famosa la foto del violín humano de Ingres–, Ernest Hemingway, James Joyce, Sinclair Lewis, Gertrude Stein y Ezra Pound.
Este hombre ingenioso y entrañable, que va a lograr sorprender a dos generaciones de amantes del arte, deja una huella imborrable en el mundo artístico. Con su espíritu innovador y su gusto por la experimentación, Man Ray trasciende las fronteras entre la pintura, la fotografía y los objetos, transformando lo cotidiano en arte.
Sobre su aportación a la historia del arte preguntamos a Carmen Dalmau, crítica, ensayista y comisaria de exposiciones de fotografía.
"Yo creo que la clave de la aportación artística de Man Ray es no haber sido indiferente a los cambios que se estaban produciendo en ese momento en el mundo del arte, con una especie de sexto sentido, intuición, subjetividad o lo que a mí me gusta llamar razón poética, evocando a María Zambrano. Fue capaz de percibir las vibraciones del arte de vanguardia que estaba removiendo los cimientos del arte, al que contribuye en las cualidades expresivas de la fotografía y del cine. Lo importante cuando hablamos de Man Ray, para la historia del arte, es que fue de los primeros artistas de vanguardia que entendieron el poder de la fotografía y del cine como técnicas con miles de posibilidades expresivas. El medio en el que trabajaba era el vehículo de sus ideas. Yo creo que esto es lo más importante. Comenzó a emplear la cámara de modo funcional para reproducir sus propias pinturas y terminó, sin embargo, liberando la fotografía de ser documento para convertirla en un arte".
Man Ray dice: “En este libro todos los personajes están borrosos, solo yo estoy nítido”. Y aparece poco a poco a lo largo de las páginas: un creador de imaginación inagotable, que usa tanto el lienzo como la película fotográfica, pero que también sabe convertir en obra de arte un timbre, una plancha o un volante de automóvil.
"Son unas memorias que se han convertido en una fuente para el conocimiento de Man Ray y que sin embargo yo creo están pensadas por el propio artista, ya en la década de los 60, para construir y apuntalar bien al personaje que ha llegado hasta nosotros. Ya desde el título, 'Autorretrato', está haciendo una declaración de intenciones. Se titula 'Autorretrato', término usado en el arte y no usa la palabra autobiografía o memorias. Está empleando el lenguaje con técnicas narrativas provenientes de la imagen".
El texto son fotografías o fragmentos cinematográficos o fotografías en movimiento que activan sus recuerdos. Los siete capítulos en los que se divide el libro son los mismos espacios y ciudades en que vive: Nueva York –lugar de su infancia y adolescencia–, Ridgefield (Nueva Jersey) –inicios de su carrera– o París –nacimiento del verdadero artista–…
Julio escribe al principio del libro uno de sus característicos índices de anotaciones personales:
"Página 175: el sádico William Seabrook". (Se refiere al periodista, viajero y ocultista amigo de Aleister Crowley, que posó para Man Ray).
"Páginas 209-210: Duchamp" (Y aquí, claro, se habla del padre del ready-made).
"Página 242: Emak Bakia". Nos resulta fascinante que Julio anote estas palabras, que encierran su propia historia.
En el verano de 1926 Man Ray pasa unas vacaciones en una casa cerca de la localidad vasca de Biarritz. Allí rueda un corto de unos 19 minutos, un experimento sin línea narrativa, como es propio de los surrealistas. Esa casa tiene un nombre: "Emak Bakia", de ahí el nombre del cortometraje. En euskera, 'Emak Bakia' significa "déjame en paz" o "déjame solo". Curiosa denominación la del inmueble donde el artista nos sumerge en sus fabulosas ensoñaciones. La película, hoy un símbolo de modernidad fílmica, muestra elementos de movimiento mecánico con objetos rotatorios, incluye a Kiki de Montparnasse y al poeta Jacques Rigaut, presenta esculturas de Pablo Picasso y deja ver algunos de los objetos matemáticos de Man Ray, tanto estáticos como animados, mediante la técnica de 'stop motion'.
"'Emak Bakia' es puramente óptica, apela a la mirada, no hay historia, no hay escenario, ni tampoco –lo cual es importante para Man Ray– ningún interés comercial detrás, porque detrás de muchas de otras actuaciones sí hay intereses comerciales que él nunca oculta. Pero en este caso no hay ningún interés comercial, simplemente el interés de investigar y de experimentar siguiendo los dictados del dadaísmo y del surrealismo, mezclando las imágenes inconexas con las imágenes oníricas de los sueños".
En 2013, el cineasta donostiarra Oskar Alegría indaga en profundidad en este lugar en su película 'La casa Emak Bakia'. Hasta este trabajo no se sabía cual era exactamente la casa. En su pesquisa, Alegría la descubre: es un palacio en los acantilados de Bidart. Por el camino despliega un mapa de referencias posibles o imposibles que juegan, a su manera, con las rayografías, dobles exposiciones y elementos ambiguos del original “cinepoema” de Man Ray.
"Yo descubrí por primera vez la película 'Emak Bakia' en una exposición en la Tate Gallery en Londres. Acudí a una exposición del artista Man Ray, yo pensaba que era solo fotógrafo en aquella época, y descubrí que en una sala había un cartel que ponía 'Films by Man Ray', o sea, películas de Man Ray. Para mí fue una sorpresa, no sabía que Man Ray había hecho algún cortometraje y justo cuando entré en esa sala oscura, vi que se formaban dos palabras que eran "Emak Bakia". Entonces eso me dio un golpe digamos local porque es una expresión vasca que está en desuso, ¿no? Que quiere decir "déjame en paz" y empecé ya a abrir mis ojos curiosos para saber por qué Man Ray había titulado así una de sus películas”.
El artista lo cuenta en su libro: “En cuanto al título, era simplemente el nombre de una villa en la que había rodado algunos exteriores. Alguien del lugar me había dicho que la palabra significaba ‘dejadme en paz’”.
"Está claro que para Man Ray 'Emak Bakia' fue una especie de lema artístico. Él lo descubrió en el nombre de una casa donde él pasaba vacaciones, es decir, pasaba un rato libre y para él el significado –porque como bien nos cuentan sus memorias, ese déjame en paz en el año 1926 cuando él estaba caballo entre el dadaísmo y el surrealismo–, ese 'déjame en paz' es sin duda un sinónimo de libertad, de libertad creativa y creadora. 'Emak Bakia' es lo que él decía cuando presentó la película en el teatro de París en el Vieux Colombier, cuando le preguntaban por qué no había contado una historia en su película, en su cinepoema, que es como lo llama él, él cuenta que decía 'Emak Bakia', es decir, respondía diciendo "déjame en paz", es decir, yo hago con el cine, pues, un ejercicio de libertad".
“Unas cincuenta personas asistieron a la proyección”, escribe el artista. “Primero se proyectó la película más larga de Renoir, que fue calurosamente aplaudida. Luego, me levanté para dar mi discurso. Expliqué, entre otras cosas, que mi película pertenecía a la óptica pura, que estaba destinada únicamente a seducir la vista: no tenía historia ni guion. Añadí, de manera un tanto contundente, que no se trataba de una película experimental, pues yo nunca mostraba simples ensayos. Lo que ofrecía al público era el resultado definitivo de una manera de pensar, tanto como de ver. Los espectadores se echaron a reír. Luego concluí: “¿En cuántas salas el público ha tenido que aburrirse durante horas? Mi película solo dura un cuarto de hora”.
"Yo creo que Man Ray era un gran defensor de lo que puede tener detrás la expresión 'Emak Bakia'. Ese sentido de libertad absoluta a la hora de crear, de no conceder con ninguna interferencia, ninguna norma, ninguna ley. Solo la ley del azar y la ley de la libertad que fueran las guías del arte creador, que en 1926, cuando hace la película, es como con su gran brújula".
“La gente se agolpó a mi alrededor para felicitarme. Sin embargo, los amigos surrealistas que había invitado a la proyección no estaban muy entusiasmados. Y eso a pesar de que había respetado todos los principios surrealistas: irracionalidad, automatismo, secuencias psicológicas y oníricas aparentemente desprovistas de lógica, y un total desprecio por el arte convencional de contar una historia”. Julio estaría, cabe pensar por sus notas, entre los primeros.
"Yo creo que Julio Cortázar sobre todo se quedó clavado en un plano de 'Emak Bakia' que es el plano más libertario, es el plano en el que Man Ray lanza su cámara de 16 mm. Mientras rueda la cámara automáticamente, la lanza por los aires para recoger un cielo que se revuelve, que da mil vueltas, hace mil cabriolas, mil piruetas hasta recogerla de nuevo cuando cae en sus manos y ver que es un plano que lo ha hecho totalmente el azar".
Sea como sea, cien años después de ese 1926 de su estreno, 'Emak Bakia' sigue siendo leyenda y lema. Y una historia de la que nos fascina conocer todos los detalles.
"Cuando en la investigación al final aparece la casa 'Emak Bakia' y descubrimos que es un palacio construido por un príncipe rumano a las afueras de Biarritz, para mí fue una gran sorpresa, no solo hallar la casa, sino dentro de la casa hallar la posibilidad de contactar con una de sus nietas, Margarita de Espina Susan Witgenstein, que todavía vivía cuando hicimos la película. Es decir, la casa fue, digamos así, el envoltorio, el continente. Pero lo realmente importante fue lo que apareció dentro, que es una princesa, una princesa rumana que era lo que no esperábamos, como en los viejos cuentos en las grandes leyendas, al final del camino, lo que aparece también es una princesa que fue la principal protagonista del final de la película".
Un gran artista español, heredero del genio óptico de nuestro protagonista, el fotógrafo Chema Madoz, escribe: “Alguien me dijo hace tiempo que hay dos clases de artistas, los que cierran puertas y los que las abren. Pues bien, Man Ray es de los que atraviesa las paredes (…) Durante toda su vida cultivó una imagen de diletante hastiado de realidad. Y, mientras Alicia se preguntaba que había al otro lado del espejo, él entretenía su aburrimiento, haciendo dibujos con la luz, en el azogue”.
Acabas de escuchar “La biblioteca de Julio”, un podcast de la Fundación Juan March. Control técnico: Carlos Roiz. Música de cabecera: Astor Piazzolla. Música adicional: Madame Damija, Paul Mercer y Raffel Plana. Apuntes sobre Man Ray y Emak Bakía: Carmen Dalmau y Oskar Alegría. Concepto, guión y voz: Bruno Galindo.