El escritor Bruno Galindo nos acerca a la figura y la obra del escritor argentino Julio Cortázar a través de los libros que le acompañaron durante su vida, guardados en la Biblioteca de la Fundación Juan March. Este podcast indaga en sus anotaciones personales, sus subrayados, sus dedicatorias y traspapeles. Reúne a Cortázar con sus autores favoritos y, a todos ellos, con sus lectores-oyentes en el siglo XXI.
26. “Un perro andaluz”. Luis Buñuel y Salvador Dalí. Ediciones Botella al mar. Buenos Aires, 1947.
Gonzalo Suarez lee a Buñuel
Un hombre suaviza su navaja de afeitar cerca del balcón.
Mira al cielo a través de los cristales y ve…
Una ligera nubecilla que avanza hacia la luna llena.
Después, una cabeza de muchacha con los ojos muy abiertos.
La navaja de afeitar avanza hacia uno de ellos.
La nubecilla ligera pasa en ese momento por delante de la luna.
La hoja de afeitar corta, seccionándole, el ojo a la muchacha.
Con este prólogo se abre el cuadernillo de 16 páginas, que incluye el guión de la famosa película y seis dibujos de Salvador Dalí. Es el 80 de una edición limitada de 100 ejemplares numerados. Ha sido impreso en los talleres de la Imprenta López. Perú, 666, Buenos Aires, el 9 de mayo de 1947. Está firmado en lápiz por Julio, como casi siempre. La traducción corresponde a Arturo Serrano Plaja, un escritor y poeta de la Generación del 36, exiliado.
Luis Buñuel –que es de quien vamos a hablar en este podcast– nació en Calanda, Teruel, en 1900 y murió en 1983 en la Ciudad de México. En su juventud, en la Residencia de Estudiantes de Madrid, hizo amistad con Dalí, García Lorca y Alberti. Inició su carrera cinematográfica en París, donde frecuentó ambientes surrealistas. Fruto de tal período fueron películas como la que nos ocupa, y ‘La edad de oro’, otra favorita de Cortázar.
Durante la guerra civil española colaboró con el bando republicano. Posteriormente intentó hacer cine en Hollywood, aunque su definitiva consagración como director la logró en México. Su filmografía –que tiene títulos tan gloriosos como ‘Los olvidados’, ‘Simón del Desierto’, ‘Viridiana’, ‘El ángel exterminador’, ‘Belle de Jour’ o ‘El discreto encanto de la burguesía’– lo convierte en uno de los principales cineastas españoles e internacionales del siglo XX.
En su libro de memorias ‘El último suspiro’, contó a su colaborador y biógrafo Jean-Claude Carrière lo que a él le gustaba: comer temprano, el frío, los relatos de viajes, el románico y el gótico, las pequeñas herramientas, los obreros, las culebras, las ratas, los pastelazos, los disfraces, la regularidad, las manías, los enanos, las armas de fuego y los bastones-espada.
Y lo que no le gustaba mucho: los ciegos, las multitudes, la proliferación de la información, la vivisección y Steinbeck.
“Un perro andaluz”, pieza de narrativa revolucionaria y trama indescifrable, nació de la confluencia de dos sueños. Lo cuenta Buñuel a Carrière: “Dalí me invitó a pasar unos días en su casa y, al llegar a Figueras, yo le conté un sueño que había tenido poco antes, en el que una nube desflecada cortaba la luna y una cuchilla de afeitar hendía un ojo. Él, a su vez, me dijo que la noche anterior había visto en sueños una mano llena de hormigas. Y añadió: “¿Y si, partiendo de esto, hiciéramos una película?”
“La mujer se aproxima y a su vez mira lo que él tiene en la mano. [Gran Plano] de la mano en cuyo centro se agitan hormigas que salen de un agujero negro. No cae ninguna hormiga”.
“Escribimos el guión en menos de una semana, siguiendo una regla muy simple, adoptada de común acuerdo: no aceptar idea ni imagen alguna que pudiera dar lugar a una explicación racional, psicológica o cultural. Abrir la puerta a lo irracional. No admitir más que las imágenes que nos impresionaran, sin tratar de averiguar por qué”.
“Fundido con el pelo axilar de una muchacha tendida en la arena de una playa soleada. Fundido con un erizo de mar cuyos puntos móviles oscilan ligeramente. Fundido con la cabeza de otra muchacha tomada en ‘plonge’ muy violenta y enmarcada en el iris”.
“Aquella primera proyección pública de ‘Un chien andalou’ fue organizada con invitaciones de pago en las ‘Ursulines’, y reunió a la flor y nata de París, es decir, aristócratas, escritores y pintores célebres –Picasso, Le Corbusier, Cocteau– y por supuesto el grupo surrealista al completo”.
“En el centro del círculo dicha muchacha se esfuerza por recoger con un bastón una mano cortada con uñas pintadas que está en el suelo. Uno de los agentes se acerca a ella y la regaña ásperamente: luego el agente se agacha, recoge la mano, la envuelve cuidadosamente y la mete en la caja que llevaba el ciclista. Devuelve todo a la muchacha y cuando ésta le agradece, él la saluda militarmente”.
“Me había metido unas piedras en el bolsillo, para tirárselas al público si la película era un fracaso. Yo esperaba lo peor. No necesité las piedras. Cuando terminó la película, desde detrás de la pantalla, oí grandes aplausos y, discretamente, me deshice de mis proyectiles, dejándolos caer al suelo”.
“La cama sobre la que está tendido el personaje cuya mano continúa pillada en la puerta. Está vestido con los vendajes y la caja sobre su pecho sin hacer el menor gesto y con los ojos muy abiertos con una expresión supersticiosa que parece decir: “Ahora va a suceder algo extraordinario””.
“Después del “estreno triunfal” de ‘Un chien andalou’, Mauclair, de Studio 28, compró la película. La película tuvo éxito. Hubo también 40 o 50 denuncias en la comisaría de policía de personas que afirmaban: “Hay que prohibir esa película obscena y cruel”. Entonces empezó una larga serie de insultos y amenazas que me ha perseguido hasta la vejez”.
“Todo ha cambiado.
Ahora se ve un desierto sin horizonte. Clavados en el centro, hundidos en la arena hasta el pecho, se ve al personaje y a la muchacha, ciegos, destrozados los vestidos, devorados por los rayos del sol y por un enjambre de insectos”.
En las famosas Clases de Berkeley, Cortázar le habla a un alumno de otra mítica película de Buñuel, ‘La edad de oro’, “una de las que más he visto, porque es uno de los grandes momentos del cine, la primera obra maestra de Buñuel. (…) Cuando yo le he preguntado a Buñuel ‘qué diablos quisiste decir en aquella escena que…’, Buñuel se te queda mirando y te dice ‘Bueno…’, un poco como Lezama Lima cuando le pedía que me explicara alguna de sus metáforas y decía: ‘Bueno, lo que yo quería decir es lo que tú entendiste’”.
En una carta al novelista y director de cine argentino Manuel Antín, fechada en julio del 62, Julio dice: “Hace dos horas vi ‘El ángel exterminador’, y estoy de vuelta en casa, y todo, absolutamente todo me da vueltas, y te estoy escribiendo con una especie de pulpo que va y viene y me arranca las palabras con las patas y las escribe por su cuenta, y todo es increíblemente hermoso y atroz y entre rojo y mujer y una especie de locura total”.
En otra carta de octubre del mismo año al editor de Sudamericana Paco Porrúa, Julio escribe con entusiasmo sobre una colaboración con Buñuel: “Paco, te anuncio confidencialmente –porque la cosa está en el aire– que Luis Buñuel quiere hacer un tríptico con “Gradiva” de Wilhelm Jensen, “Aura” de Carlos Fuentes y “Las ménades” de J. C. [es decir, del propio Cortázar] Acabo de saberlo por carta de Fuentes, que me anuncia desde México que Buñuel está entusiasmado con la idea de filmar a varias señoras devorando directores de orquesta. Te diré que, aparte de que me emociona la idea, en el fondo encuentro que hay cierta justicia poética, porque me he pasado la vida jurando por ‘L’age d’or’ y hasta mandando a Sur, ‘illo tempore’, una reseña entusiasta de ‘Los olvidados’”.
El 30 de noviembre Cortázar le escribe a Buñuel una carta que dice así:
“Querido Buñuel:
Sí, querido Buñuel, querido por todo lo que usted es y por todo lo que ha hecho y está haciendo para arrancar a este mundo estúpido de su cáscara de costumbres cotidianas y podridas. Nunca creí que tendría la suerte de escribirle personalmente para decirle, antes que cualquier otra cosa, lo que su cine ha significado para los argentinos de mi generación, que alguna vez se asomaron en su juventud a la maravilla pura de ‘La edad de oro’ y sintieron que no todo estaba perdido mientras hubiera poetas como usted, rebeldes como usted.
[…] En el cine que usted hace hay siempre ese agujero vertiginoso en la realidad, ese asomo a otra cosa que cuenta para los poetas. Por todo eso usted es una de las pocas razones por las que estoy contento de haber vivido en este tiempo. Se lo digo así, sin vueltas, porque sé que me va a comprender.
Puede imaginarse la alegría que siento ante la posibilidad de que uno de mis cuentos pueda darle tema para una parte de su próxima película. (…) Sé que en sus manos mis ménades darían el salto total que en el cuento no alcanzan a dar, frenadas por razones literarias en que ya he dejado de creer y que, en definitiva, hay que saber violar como ha violado usted tantos tabúes estúpidos que se sostenían gracias a las hipocresías que bien conocemos”.
A Manuel Antín le vuelve a escribir Julio el 6 de enero de 1963 para contarle: “Buñuel vino a París y nos encontramos en un café. Naturalmente, es un cronopio descomunal. Lo primero que me dijo es que había hecho bien en pedir [a los productores] 4.000 dólares, y que no aflojara ni un centavo por debajo de los 3.000. Agregó que se iba a México a preparar el guión, y que filmaría en España en el mes de junio. Me invitó a ir a ver filmar “Las ménades”, invitación que de acuerdo a mi misantropía habitual declinaré llegado el momento (…).
Le dije que, si los productores no me pagaban esa cantidad, yo le regalaba ‘a él’ el cuento para que lo filmara gratis. Se quedó muy perplejo, y después me apretó la mano y me dijo que jamás aceptaría una cosa parecida, y que los productores eran todos una manga de, etc, etc)”.
Al final la cosa no sale, y Julio se lo cuenta en otra carta a Antón Arrufat en junio de 1963: “Creo que los productores se aterraron tanto que le negaron el dinero, con lo cual nos quedamos todos colgados”.
Al mes escribe de nuevo a Manuel Antín desde París: “Por aquí pasó Carlos Fuentes y me dijo que ha habido un problema de finanzas en España, y que Buñuel se ha decidido a empezar por una novela de Galdós; pero agregó que después filmará lo nuestro. O sea que a lo mejor hacia el año 85…”.
Esa novela de Galdós es Tristana, y no se estrenará hasta 1970.
“A mí el cine me ha influido mucho”, deja escrito Cortázar. “No creo que se note demasiado en lo que escribo, pero es una cosa subterránea. Hay todo un sistema de imágenes en el cine que yo no sería capaz de explicar, pero cuya presencia siento en mí de forma subliminal”.
Está Buñuel. Y Antonioni, Godard, Cocteau. Y Bergman, Resnais, Truffaut… También el cineasta y escritor Gonzalo Suárez, según escribió Julio, una de esas “mariposas que se niegan a dejarse clavar en el cartón de las bibliografías y los catálogos”. Él está aquí leyendo fragmentos del guión que definió el surrealismo, ‘Un perro andaluz’. Pero quien cierra es su gato.
“Vuelve a verse la cabeza del persona… –Oye, Manitú, silencio, ¿eh?... Bueno, vale, veo que has entendido. [Miau]–. Vuelve a verse la cabeza del personaje. Vuelve a verse… –Uy, uy, uy… ¿Qué hace ahora? ¡Oye, Manitú! ¡Fuera! ¡No, no, no! – Vuelve a verse la cabeza del personaje. En el lugar de la boca comienzan a brotar pelos”.
Acabas de escuchar “La biblioteca de Julio”, un podcast de la Fundación Juan March. Control técnico: Carlos Roiz. Música de cabecera: Astor Piazzolla. Música adicional: Raffel Plana y la banda sonora original de ‘Un perro andaluz’. Lectura del guión: Gonzalo Suárez. Con la aparición estelar del gato Manitú. Concepto, guión y voz: Bruno Galindo.