Exclusivas de La Gaceta
En 1921, la Federación Inglesa de Fútbol prohibió los partidos entre mujeres. El argumento era pseudocientífico, paternalista y perfectamente absurdo: el fútbol, decían, “dañaba los órganos reproductivos femeninos”. Las tribunas que se llenaban para ver a las jugadoras del Dick, Kerr’s Ladies (uno de los primeros equipos de fútbol femenino conocidos de Inglaterra) se vaciaron de un día para el otro. No porque faltaran ganas ni público, sino porque alguien en una oficina decidió que el cuerpo de las mujeres no estaba hecho para correr.Un siglo después, ese orden no se desarmó del todo. Argentina recibe por estos días la Copa Libertadores Femenina y en Europa se disputa la Champions Femenina, dos torneos que simbolizan los avances del último tiempo y, a la vez, exhiben las persistentes desigualdades. Desde la profesionalización en 2019, las jugadoras obtuvieron contratos, licencias por maternidad y un reconocimiento institucional que hace una década parecía imposible. Pero también enfrentan sueldos mínimos, precariedad y un déficit de infraestructura que habla de otra cosa: la idea de que su trabajo aún es secundario, incluso dentro del propio sistema que las celebra.Las cifras son elocuentes. Según datos de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) en 2024 un jugador de Primera División ganaba al menos 595.000 pesos mensuales; una futbolista profesional, 377.000. La brecha formal ronda el 37%, pero la real puede superar el 90% si se suman bonos y publicidad.ObstinaciónLa desigualdad no se agota en el salario: muchas entrenan en horarios marginales, comparten ropa, pagan sus botines y viajan sin médico ni ambulancia. “No hay ningún club que dé botines, salvo que tengas sponsor”, dice Vanina Preininger, mediocampista de San Lorenzo y de la selección argentina, en una entrevista. Las jugadoras se sostienen más por obstinación que por respaldo.Naomi Girma, la jugadora que rompió el techo del millón de dólares en el fútbol femeninoEn los últimos años hubo avances en visibilidad. La televisión transmite partidos femeninos, pero los horarios suelen ubicarse fuera del prime time, en franjas de baja audiencia. Hay motivos que no se pueden negar: los niveles de rating y la rentabilidad publicitaria todavía no se comparan con los del fútbol masculino. El mercado —ese argumento que todo lo justifica— parecería considerar que no es redituable invertir del mismo modo. No se trata solo de prejuicio; los números aún no cierran.Pero también es cierto que los números no cierran porque durante décadas se invirtió poco, se transmitió menos y se formó sin recursos. La desigualdad se reproduce como una profecía: lo que no se muestra, no crece; y lo que no crece, no se muestra.Mientras tanto, otras escenas confirman que el problema no es exclusivo de Argentina. En Estados Unidos, la liga de básquet femenino más profesional del mundo, la WNBA, atraviesa una situación que parece salida de una sátira: varios partidos fueron interrumpidos por el lanzamiento de juguetes sexuales desde las tribunas.“Mi deseo para 2025 es que Atlético Tucumán nos ayude a participar en torneos de AFA", dijo Monteros, la goleadora del fútbol femeninoLas escenas se repiten: los partidos se detienen, las jugadoras se enfurecen, las cámaras enfocan el objeto en el piso. El espectáculo se degrada, pero la burla funciona.La entrenadora Cheryl Reeve lo resumió con precisión: “La sexualización de las mujeres lleva siglos ocurriendo. Esta es solo la última versión”.Cuando las mujeres construyen autoridad, cuando su desempeño no admite tutelas, el sistema cultural responde con una mezcla de desdén y caricatura. El cuerpo femenino, que alguna vez se quiso débil, vuelve a ser invocado, pero ya no con supuestos argumentos médicos, ahora como objeto de chiste. La burla reemplaza a la prohibición, pero cumple la misma función disciplinadora.En América Latina, los obstáculos son otros, pero la lógica es parecida. El fútbol femenino avanza, pero con un costo alto. Depende de la voluntad de dirigentes y entrenadores, del esfuerzo de las jugadoras y de una estructura que todavía no lo piensa como un negocio posible.Golpe a la visibilidad y el profesionalismo del fútbol femeninoEl retroceso en políticas públicas y el fin de la publicidad estatal desde 2023 redujeron la visibilidad de los torneos. Y aunque hoy nadie prohíbe a las mujeres jugar, las nuevas formas de exclusión son más silenciosas.Florencia Coronel, defensora de San Lorenzo, dice que sueña con ver una cancha llena para un partido femenino. No lo plantea como un reclamo, sino como un horizonte. Quizás ahí esté la clave: el fútbol femenino no pide ser una réplica del masculino. Busca ser sostenible, visible y respetado en sus propios términos.